lunes, 10 de marzo de 2008

Aprendiendo a restar

Ante la clásica desolación de un lunes postelectoral dominado por el frikismo made in tv y leyendo las crónicas de un Barça que se empeña en tirar la liga y un Cádiz que desbibuja su identidad entre la burocracia y el dinero, aún nos queda la emoción trascendente del pensamiento civilizado-civilizador (con todas sus contradicciones) y de las paradas de Armando (el mejor ayer en el Athletic). Lean al señor Alba Rico, y a ver si vamos aprendiendo a restar.

[...] La elección decisiva siempre es, siempre ha sido, entre mirar y comer, y si decidimos comérnoslo todo, incluso con los ojos, no sólo la supervivencia física de la humanidad sino asimismo su supervivencia cultural -las condiciones mismas a partir de las cuales es posible pensar las diferencias- está seriamente amenazada. Cuando hablo de “ayuno” o de “ascetismo” lo hago, en un contexto de imágenes digestivas, para recordar algo que comprendió muy bien Benjamin y en lo que insiste siempre Eagleton: el hecho de que una revolución contra el capitalismo es en realidad una revolución “conservadora” o, como ellos sugieren, “refrenadora” y tiene que ver con la urgencia de detener un tren sin frenos que aumenta sin cesar la velocidad. En virtud de una asociación más dineraria que matemática, nos hemos acostumbrado a considerar la suma como algo positivo y la resta, en cambio, como algo negativo, y esto hasta el punto de que disfrutamos sumando incluso muertos (es decir, restando vivos). Materialmente, para devolver a los hombres a la humanidad -es decir, a la memoria, la razón y la imaginación finitas- hay que dar sin duda, a un lado del mundo, muchas cosas que faltan, pero hay también que quitar -del otro lado- muchas más cosas que sobran. Para hacer un ser humano, lo sabemos con Levi-Strauss, se precisan pocos objetos y pocas relaciones, pero no se trata de ser tacaños ni puritanos: el criterio debe ser el de proporcionar a los habitantes del planeta todos aquellos bienes generales -pero sólo esos- cuya distribución sea generalizable, en un contexto ecológico y tecnológico dado, sin amenazar la existencia de ese bien universal -la tierra- del que dependen todos los otros bienes. En cuanto a la mirada, engranada en el aparato digestivo del capitalismo, debe recuperar la distancia objetiva a fuerza de restas (según la fórmula: a menos mercancías más cosas) que ella misma debe descontar. La lucha contra el gag visual, síntesis “natural” en nuestro ojo, sólo puede ser “artificial”; para desengancharse de ese flujo de imágenes-mercancía se requiere un esfuerzo y una disciplina que le son completamente exteriores. Restar es mucho más difícil que sumar. Para ver la televisión basta con abrir los ojos; para apagar la televisión -y mantener abiertos los ojos- hace falta una violencia individual inaudita. La violencia, en este sentido, es el único camino; hay que violentar el proceso de desaparición “natural” de las cosas para que reaparezcan. ¿Qué es realmente mirar? Tomar partido por la existencia exterior, tomar partido por la exterioridad e independencia de las cosas. Es lo que llamamos amor, filosofía, ciencia, Derecho, todas esas “distancias” sumergidas en la digestión biológica del capitalismo.

[aquí el texto completo, en el que se habla de capitalismo, izquierda, Venezuela, Bolivia, Cuba, el mundo árabe-musulman -¡muy interesante!-, materialismo, literatura, ETA y el País Vasco...]
(entrevista de Salvador López Arnal, en El Viejo Topo, recogido de Rebelión)

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