martes, 3 de noviembre de 2009

Hassan y Chapu mano a mano

Todo es extraño en el bar a medianoche. El jefe recibe al redactor sentado en una silla destartalada de metal y falsa piel con ruedas que un día fue parte de una oficina. «Para ti esta, que es de cantaor». Están ustedes en una rebotica sideral con las vigas de cemento del techo al aire, dos escobas tiradas, cajas de refresco apiladas sin mucho orden y un palo de billar roto sobre un suelo de baldosas que han vivido mejores tiempos. Es la trasera del Cambalache, templo apócrifo de la bohemia del jazz de Cádiz y de la intelectualidad más o menos golfa que antes de final de año cumplirá un cuarto de siglo. Hassan (Casablanca, 1959) posa el cenicero sobre un arcón nevera que hace de mesa de despacho. «Tú dirás», dice con voz ronca y sonrisa de Simbad. Desde el otro lado de la puerta llega el rumor de voces y risas con una trompeta que podría ser la de Dizzy Gillespie.
-¿Qué hace un hombre como usted en un lugar como este?
-Bueno, soy el jefe de esto, aunque no mando… Por eso funciona, creo. Yo vine a Cádiz con 18 años a estudiar Náutica y…
-¿Le enviaron sus padres?
-Mi familia es toda de gente de mar, y yo estudiaba Náuticas en Agadir. Vino el ministro de Pesca marroquí y dijo que los primeros cinco irían a Cádiz becados. Me puse a estudiar como un loco y fui el primero de la promoción.
-¿Se quedó por negocios?
-Por ella. Cuando estaba estudiando aquí conocí a Isabel, la mujer de mi vida con la que tengo tres hijos. Estuve un tiempo navegando en Canarias y Cádiz, pero cuando conoces a una mujer así, ya no piensas en el mar. Dices: «esta piba me la van a levantar los buitres de Cádiz». Empiezas a buscar una manera de vivir junto a ella y así nació Cambalache. Yo iba a tener una mujer en cada puerto, como Simbad, pero…
-¿Cómo empezó todo?
-Era el año 1984, antes de Navidad, sobre estas fechas. ¡Hace 25 años! Y comenzamos pinchando con mi cuñado Los Ilegales y esas cosas que ahora llaman Música de los 80. La gente bailaba mucho, pero era demasiada música para mí. Quería más tranquilidad, así que comenzamos con café-teatro… y llegó el jazz. Venían los maestros, la primera generación del jazz de Cádiz. Chano Domínguez, Alfonso Gamaza, que en paz descanse, Manolo Perfumo… Estaba sólo La Chimenea y era muy pequeño. Yo les daba lo que podía. 2.000 pesetas. Venía la gente joven a escucharlos y otros mayores y eso se ha mantenido con el tiempo, con otras generaciones de músicos. Ellos piden para pagarse los gastos y echar un buen rato y si no hay gente, no me piden dinero.
-¿Cuál es el secreto del Universo Cambalache?
-Nunca he pensado en crear algo único o distinto… Eso lo creó la gente. El jazz no vende en un disco, hay que escucharlo en directo, pero no da dinero. Tiene magia, pero todos los grandes músicos han muerto pobres o borrachos. Muchos días vienen cuatro gatos, pero no me importa porque los gastos son muy pocos y puedo pagar a los grupos.
-¿Algún momento glorioso?
-Recuerdo el bar abarrotado. Tocaban Chano Domínguez, Alfonso Gamaza, Tato Macías y Manolo Perfumo. La gente estaba en el bar, en la calle, jarreaba y ellos con los paraguas aguantando en silencio. Shh… Amoascuchá!
-Su historia de inmigración es un éxito. ¿Cómo asiste al drama del Estrecho?
-Lo veo muy mal. Nunca tendrían que haber existido esas muertes. Antes, cuando yo era adolescente, los chavales con dinero venían a Europa a trabajar. Iban a Francia, a Bélgica, se buscaban la vida y si les iban mal las cosas, volvían al lado de su madre, orgullosos. Ahora, con los visados, tienen que pagar una patera. Si no mueren, llegan sin dinero, se echan a perder aquí. No pueden volver por vergüenza y eso es un drama.
-¿Cómo lleva el tema del sonido?
-Yo nunca he molestado a nadie, pero hay gente que se ha dedicado al directo cobrando entradas, con copas caras, para sacar dinero. Y la gente venía aquí, por costumbre, por lo que sea. Han tenido envidia y he tenido que dejar de dar música en directo. Ahora he insonorizado más y los papeles están en el Ayuntamiento.
-¿Cómo ha cambiado Cádiz en los últimos 25 años?
-Mucho. Ahora hay más leyes. No sé si vamos a terminar en una dictadura democrática de las leyes. De todas maneras, Cádiz es como el jazz: improvisa mucho.
-Alladin, Casablanca, Moracinho, Obama… dicen que el suyo es un romancero jazz, pues tiene distintas variaciones sobre la misma melodía. ¿Piensa aprenderse algún año las cuartetas?
-Es que a Brochi (Ignacio Córdoba) y a mí nos las dan a última hora -ríe-. Pero prometo que este año me lo aprendo.
-¿Qué no se sabe de usted?
-Que el otro día fui a una matanza de cochinos. Soy un marroquí atípico, vale.
-Estamos en Tosantos. ¿Qué le gustaría que dijeran de usted después de muerto?
-Que dijeran ¡Se mueve, se mueve! -carcajadas-.
-¿Qué diría al mundo si le escuchase?
-¡Cabrones! ¡Dejad la guerra! O también: Si tu ganas, yo gano. ¿O era al revés? -ríe-. ¿Cómo era? Nunca lo recuerdo. Salud mundial para todos.
-Este no es el mejor lugar para defender la salud mundial.
-Pero sí la falta de dolor.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario