lunes, 14 de septiembre de 2009

Storia disinvolta de las guerras de Indochina (I)


Prólogo
Aquel que permanece despierto cuando todos duermen

¿Cuántos nombres ha tenido? ¿Y cuántas vidas?

Nace Nguyen Sinh Cung, en la provincia de Nghe Tinh, Vietnam central, Indochina francesa. Es el año 1890.
La suya es una tierra árida, pobre y superpoblada, en poder de tempestades y tifones. Sobre sus habitantes circula un pequeño chiste, ‘el pez de madera’: cuando un hombre de Nghe Tinh viaja en busca de trabajo, lleva consigo un falso pez. En las posadas apenas puede permitirse un cuenco de arroz y una escudilla de salsa nuoc-mam, y para no parecer demasiado pobre mete el pez en el condimento. Además, impregna la madera en la salmuera, y durante el camino la puede ir chupando para engañar al hambre.
El padre de Cung, Nguyen Sinh Huy, es un extraño tipo de desgreñado indochino: tiene innumerables trabajos, desde guardián de búfalos a mozo de fábrica, hasta que no aprueba una oposición y se convierte en maestro de escuela. En 1905 pasa a ser secretario del ministerio de ceremonias, en el palacio imperial de Hué. Más tarde es ascendido a subprefecto de Binh Khe, pero odia ambos cargos. Es frecuente oírlo imprecar contra los mandarines. Evidencia un desprecio tal por la clase de los notables que los franceses deciden destituirlo.
Pasará el resto de su vida vagabundeando por la Indochina, volverá a hacer alguna suplencia, y también improvisará como médico y escribano público. Un hombre libre y respetado. En la edad tardía los amigos más jóvenes le llamarán ‘Tío’. Morirá en 1930, en una pagoda de la Conchinchina occidental.
Hay cosas que pasan de padre a hijo como por un trasvase mágico. El hombre de los mil nombres hereda el carisma, la propensión a la vida errante, el odio por los colonialistas y colaboracionistas y, no por último, un apodo.

Al cumplir 10 años, Huy rebautiza a su propio hijo Nguyen Tat Thanh. Es una costumbre común, en Vietnam.
Thanh realiza sus estudios en un clima de rencor y tensión: son los años de las corveas obligatorias, los hombres son enrolados a la fuerza en sus poblados para trabajar en la carretera Hué-Vinh. Muchos desertan, sus familias también se esconden. Son además años de revueltas nacionalistas reprimidas en sangre.
A los 21 años Thanh está en Saigón, donde se embarca como calderero y cocinero en una nave de carga francesa, la Latouche Tréville. Dice llamarse Van Ba. En los dos años de servicio hace escala en Orán, Dakar, Diego Suárez, Port Said, Alejandría... En todas estas ciudades los colonialistas se comportan como en Indochina. Por primera vez, Ba percibe los límites del nacionalismo y la “dimensión global” (que diríamos hoy) del problema.
En 1913 hace escala en San Francisco, luego en Boston. En Brooklyn se queda casi un año. Constata que a los inmigrantes chinos de Harlem, con los que discute en cantonés, se les garantizan los mismos derechos que a los otros ciudadanos americanos. Hasta su muerte tendrá un sentimiento ambivalente sobre Estados Unidos, país de gran tradición democrática y sin embargo potencia militarista e imperalista.
En vísperas de la Primera Guerra Mundial está en El Havre, donde abandona para siempre la vida marítima. Pierde un poco de tiempo holgazaneando y haciendo de jardinero, después atraviesa el Canal y se establece en Londres.
En la neblinosa metrópoli donde Marx fue exiliado, Thanh frecuenta a los socialistas y a los nacionalistas irlandeses. Se adhiere al Lao Dong Hoy Ngai (‘trabajadores de ultramar’), una organización clandestina de radicales asiáticos. Trabaja como quitanieves, después como lavaplatos, finalmente como ayudante de cocina en el hotel Carlton. El chef, el gran Georges Auguste Escoffier, le asciende al rango de pastelero.
Rápidamente se da cuenta de que si se queda en Londres no puede hacer nada por su propio país. Debe meterse en el vientre de la bestia, donde viven más de cien mil inmigrantes vietnamitas.
En 1917, pocos días antes de la Revolución de Octubre, el hijo del ex guardián de búfalos llega a París con el nombre de Nguyen Ai Quoc (Nguyen el patriota).
Su vida va a cambiar para siempre. A duras penas se las arregla como retocador de fotografías, pero qué importa. Está en el París de los dadaístas, capital cultural de occidente, donde va descubriendo las tradiciones humanistas, socialistas y revolucionarias del pueblo que creía su enemigo.
¡Así que los franceses no son todos jefecillos y gendarmes! Lee los libros de Hugo y Zola, frecuenta a los socialistas y radicales, se hace amigo del futuro premier León Blum.

En 1920 nace el Partido Comunista Francés: Quoc se adhiere. Ha intuido que desde la Unión Soviética va partiendo una onda sísmica, aquella que en poco más de cuarenta años arrollará los imperios coloniales.
En L’Humanité del 28 de diciembre de 1920 aparece la fotografía de un oriental imberbe y despeinado, constreñido en un traje oscuro, agarrotado por el nudo de la corbata sobre un cuello demasiado almidonado. Es una escena del congreso de Tours, donde se ha consumado la escisión entre socialistas y comunistas.
Quoc es el único en pie. A su alrededor todos, absolutamente todos, tienen barba y bigote. Como para escarnecer al hombre de los mil nombres, ¡el periódico le llama Nguyen Ai Quai! El resumen taquigráfico del congreso le señala simplemente como “el delegado de Indochina”.

En los seis años que pasa en París, Quoc se convierte en un formidable libelista y propagandista. Escribe para L’Humanité (periódico del PCF) y con otros comunistas de origen asiático y africano publica el mensual Le Paria- Tribune du proletariat colonial.
Sus aforismos y paradojas fulminan a los lectores: “La figura de la justicia ha tenido un viaje tan difícil desde Francia hasta Indochina que lo ha perdido todo menos la espada”.
Obviamente, Le Paria atraerá la atención de la policía, más precisamente del inspector Louis Arnoux, del recién constituido servicio de vigilancia de los inmigrantes indochinos. Cuando los dos se encuentran en un pequeño café junto a la Ópera, Nguyen Ai Quoc es ya una figura casi mitológica, huidiza: su nombre está en los labios de todos los inmigrantes de las colonias. Arnoux, que profesa una profunda admiración por aquel treintañero delgado de modales gentiles, pide al ministro de las colonias Albert Sarraut que le conceda una audiencia. Sarraut se niega y dice estar convencido de que Nguyen Ai Quoc no existe.

“En los años 1926-1927, las hazañas de Nguyen Ai Quoc, que pasaban de boca a oreja, constituían para nuestra ávida juventud los más bellos sujetos de exaltación [...] Algunos amigos hablaban con un entusiasmo sin límites de nuestro héroe que imprimía en París el periodico Le Paria y vivía una vida diseminada de trampas en cualquier otro país extranjero”.
Esto escribirá el general Vo Nguyen Giap, comandante en jefe de las fuerzas revolucionarias vietnamitas. En los años a los que se refiere, su héroe se encontraba entre China y la Unión Soviética. Llega a Moscú a finales de 1923. Son las últimas semanas de vida de Lenin. Aquí se encuentra con Stalin, Trotsky, Bujarin, Radek, Zinoviev, Dimitrov, Thälmann... A todos reprochará su escasa sensibilidad para los problemas de las colonias, particularmente en el sudeste asiático. Se hace llamar Linh, el enésimo pseudonimo.
Linh tiene su momento de gloria participando en el quinto congreso de la Internacional Comunista (junio-julio 1924). Quizá sea la última ocasión en la que el Komintern tiene plena libertad de opinión. El estalinismo está a la vuelta de la esquina, pero los delegados no pueden saberlo y discuten del futuro con pasión.
En sus dos intervenciones, Linh es muy polémico con su propio partido, el PCF, que “no hace absolutamente nada en el campo colonial” y cuyo órgano oficial presta más atención a los asuntos deportivos que a las condiciones de los campesinos en las colonias. Tras algunas estocadas sarcásticas, cifras en mano, lanza acusaciones contra las expropiaciones a los campesinos y la complicidad de los misioneros católicos con los imperialistas. Concluye dando por “inminente” el levantamiento de las masas rurales en las colonias, a las que “sólo faltan la organización y los dirigentes”. Es labor de la Internacional Comunista proveer la una y los otros.
Un discurso de una impresionante previsión: falta todavía un cuarto de siglo para la victoria de Mao Zedong en China, y quedan muy lejanos los discursos sobre la “campaña del mundo” que debe “cercar las ciudades”. Quizá gracias precisamente a esta intervención, a finales de año es enviado a China como intérprete y secretario personal de Mikhail Borodin, consejero soviético del líder nacionalista Chiang Kai Shek, cuyo Guomindang (Partido Nacional) es todavía aliado de los comunistas en la guerra contra los señores feudales.

En enero de 1925 Linh llega a Cantón con el nuevo nombre de Ly Thui. Hace además de corresposal para una agencia de prensa soviética. Sus despachos están firmados Lou Rosta. En Cantón viven muchos exiliados políticos vietnamitas, algunos muy jóvenes y fascinados por los métodos terroristas. Pocos meses antes de la llegada de Ly Thui, un joven revolucionario ha atentado contra la vida del gobernador general de Indochina, en visita diplomática a Cantón, arrojando una bomba contra su vehículo. El hombre de los mil nombres contacta con estos conspiradores, toma sus cursos de marxismo y comienza a publicar el periódico Thanh Nien (Juventud Revolucionaria).
Acaso sea el primer, verdadero paso para la fundación del Partido Comunista de Indochina.
Pero la traición lo alcanza: es la primavera de 1927 cuando Chiang Kai Shek rompe la alianza con los comunistas y sofoca en sangre la huelga general de Shangai.
Ly Thui se precipita a Moscú, pero el Komintern no tiene encargos importantes que confiarle. Pasa un año dando vueltas por Europa, le avistan en Berlín, en Suiza, hasta en Italia. Vuelve también a París con el nombre de Duong.

A finales de 1928, el hombre de los mil nombres se encuentra en Bangkok. Tiene la cabeza rapada y viste la túnica amarilla de los monjes. Hace proselitismo entre los bonzos con una síntesis de budismo y nacionalismo panasiático. En los templos difunde una visión del mundo dialéctica, una totalidad armoniosa que rechaza un solo cuerpo extraño: el poder colonialista. Quizá se remonte a este impulso el efecto palanca de la oposición budista a los gobiernos títeres del área, que tendrá su momento simbólico álgido en 1963 con los rezos de los monjes en Saigón.
Algunos meses más tarde, en la provincia nororiental de Siam, se oye hablar de un cierto “padre Chin”, un comunista vietnamita que se hace pasar por monje proveniente de China. El padre Chin contacta con la comunidad de expatriados vietnamitas y retoma los hilos de la conspiración.

A partir de 1929 Vietnam es sacudido por huelgas obreras, insurrecciones, represión. La aviación francesa llega a bombardear pueblos enteros. El hombre de los mil nombres comprende que es el momento de fundar un partido comunista unitario, reconciliando los diversos grupos marxistas clandestinos. El Partido Comunista de Indochina se funda en las gradas de un estadio de fútbol en Homg Kong, durante un partido. Es febrero de 1930. El hombre de los mil nombres se queda en la colonia británica con el nombre de Tong Van So.
En 1932 la policía de Hong Kong arresta al “conocido agitador Nguyen Ai Quoc”. Han sido los servicios secretos franceses quienes indicaron su presencia en la ciudad, en la persona de Louis Arnoux, el hombre que desde hace años le sigue la pista y un día tuvo que oír que había hablado con un fantasma.
Un abogado local logra la libertad bajo fianza. Quoc huye a China y hace difundir la noticia de su propia muerte por tuberculosis. El anuncio lo realiza la prensa soviética y es repetido por los periódicos franceses. Las autoridades francesas cierran el caso por deceso del vigilado. En Moscú los estudiantes indochinos realizan una vigilia fúnebre.

Por buena parte de los años 30 el hombre al que dan por muerto vaga entre la URSS y China, usando todos los medios de locomoción imaginables. Se dice que tiene relaciones con mujeres rusas y chinas, pero su idea fija sigue siendo la independencia de Indochina.
Los viajes de estos años resquebrajan su salud: los pulmones perforados por la tisis, el intestino sacudido por una disentería amébica, el cuerpo tembloroso a causa de la malaria.

En 1939 la represión decapita el Partido Comunista de Indochina. Los dirigentes, entre ellos Vo Nguyen Giap y Pham Van Dong, deben refugiarse en China, donde la presión popular ha obligado a Chiang Kai Shek a una nueva alianza con los comunistas.
Escribe Giap: “Era junio, el mes de pleno verano en Kunming. [Un compañero] me invita a dar un paseo hacia el lago Thun Ho [...] Nosotros caminábamos a pasos lentos por la orilla, cuando un hombre de edad madura, vestido a la europea, con un sombrero de fieltro gris se nos acerca. [El compañero] hace las presentaciones: “El camarada Vuong”. Era él, Nguyen Ai Quoc. Comparándole con la fotografía de veinte años antes, me pareció más vivaz, más alerta, aunque siempre tan delgado. Se había dejado crecer la barba [...] Un detalle me impresionó y nunca lo he olvidado: hablaba con acento de Vietnam central. Nunca hubiera creído que pudiera conservar el acento después de una ausencia tan larga”.

En 1940 los alemanes ocupan Francia. Sus aliados japoneses hacen lo mismo en Indochina. No sólo: barren a los ingleses de Malasia y a los holandeses de Indonesia. Aniquilan a las fuerzas estadounidenses de Filipinas. Una potencia asiática arrolla a los colonialistas occidentales.
El hombre al que dan por muerto evita el error ideológico de muchos nacionalistas de la zona, y se cuida mucho de apoyar a los japoneses, que si bien son asiáticos siguen siendo fascistas: mira en cambio con atención a los aliados, que en el verano de 1941 suscriben la Carta Atlántica, con el objetivo de “restablecer los derechos soberanos y el autogobierno de los pueblos que han sido privados con la fuerza”.
Resulta obvio que Churchill y Roosevelt se refieren sólo a los pueblos blancos de Europa, pero en todo caso es un punto de apoyo.

Mientras tanto, haciéndose pasar por el periodista chino Ho Quang, el hombre al que dan por muerto regresa a Vietnam después de 30 años de ausencia. Quién sabe si piensa en aquel día de 1911, el puerto de Saigón que se aleja, el cocinero del Latouche Tréville que le pone a pelar patatas.
Se detiene en Pac Bo, en la región Nung, al abrigo de la frontera con China, donde los comunistas han decidido situar su base. Están también Giap y Pham Van Dong. Todos viven en cabañas y cuevas. El ex pastelero del Carlton elige una cueva en una montaña de roca calcárea. Justo enfrente transcurre un arroyo. Rebautiza la montaña “Karl Marx” y al arroyo “Lenin”.
Por un año llevará el vestido azul de los montañeros Nung, trabajando sin pausa en la propaganda antijaponesa y anticolonialista.
Sobre estas montañas nace la Liga para la Independencia de Vietnam, con el objetivo de reunir “patriotas de todas las edades y de todas las clases: campesinos, obreros, comerciantes y soldados”.
El nombre original es Viet Nam Doc Lap Dong Minh.
Pasará a la historia con el nombre abreviado de Vietminh.

En julio de 1942 el hombre al que dan por muerto decide volver a China, para obtener el apoyo de Chiang Kai Shek contra los invasores japoneses, y para relanzar los lazos con el Partido Comunista Chino y, a su vez, con Moscú.
Apenas cruza la frontera, le arrestan junto con a su guía. Siguen trece meses de durísimo cautiverio, con marchas forzadas de una cárcel a otra, cuarenta-cincuenta kilómetros al día con cadenas en los pies, atormentado por la sarna, en el estómago apenas un puñado de arroz. En las pausas escribe un diario en verso, en total un centenar de poemas en el mandarín clásico de la época Tang (VI-IX dC): “Los guardias me arrastraban / llevando a la espalda un cerdo. / Al cerdo se le lleva, / al hombre se le tira del bozal”.
Mientras tanto sus compañeros le creen muerto. Una muerte dentro de la otra.

Giap: “Algún mes después, recibimos un periódico enviado desde China. Sobre la portada, los caracteres de una escritura que conocíamos bien: “A mis queridos amigos. Buena salud y valor en el trabajo. Estoy bien de salud”. Seguían estos pocos versos:
“Las nubes abrazan a los montes / los montes aprietan a las nubes. / Como un espejo / que nada ofusca, / el río corre con agua limpia. / En la cumbre de los montes / viento del oeste. / Yo voy sólo / con el corazón palpitante. / Escrutando el cielo lejano / pienso en mis compañeros.”
Estábamos ebrios de felicidad, pero no por ello menos perplejos. Nos mirábamos a la cara, nos preguntábamos unos a otros: “¿Qué quiere decir? ¿Cómo es posible?” y asediábamos a preguntas al compañero Cap, que había traído la triste noticia. “Yo tampoco entiendo nada”, nos respondió. “El gobernador chino me había dicho textualmente que estaba muerto”. “Intenta recordar exactamente lo que te dijo”. Cap repitió las palabras precisas del gobernador y todo se nos volvió claro. Nuestro compañero había confundido los acentos tónicos y había cambiado las palabras “Chu leu, chu leu” (bien, bien) por “su leu, su leu” (ya muerto, ya muerto). ¡Aquellos meses de angustia y dolor habían sido provocados por aquel maldito equívoco!”.

A finales de 1943, salido de la cárcel, el hombre escapado del infierno adopta un nombre chino.
Es el último nombre de su vida. Aquel por el que lo conocerán en todo el mundo. Significa “portador de luz”.

Cuando, en 1945, un oficial del servicio de información de Cao Bang telegrafíe a París que el “portador de luz” no es otro que el tristemente famoso Nguyen Ai Quoc, un funcionario de rue Ordinot se apresurará a responder: “¿Quién es ese loco que nos envía una información así? ¡Todos saben que Nguyen Ai Quoc murió en Hong Kong entre 1931 y 1935!”.

Un espectro.

Ho Chi Minh.


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lo leído es una traducción libre de parte del libro 'Asce di guerra', firmado por Vitaliano Ravagli y Wu Ming. las imágenes también están tomadas de la página de Wu Ming. el que suscribe se propone ir colgando -a la manera de una novela por entregas- la traducción, siempre libre-limitada-acientífica, de los capítulos que se refieren a las llamadas guerras de Indochina. se aceptan consejos, críticas y todo tipo de aportaciones. salud.

1 comentario:

  1. esto es maravilloso.
    Mandaselo a los muchachos wuminicos.
    a ver qué tal!

    salud y besos pablo.

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