lunes, 26 de abril de 2010

De viajes y esperanzas

(Banda sonora, People are strange, The Doors)


Cierto es que viajar elimina caspa y telarañas. Diluye las certezas provincianas y ayuda al ojo a enfocar eso que llamamos realidad de otra manera, normalmente más amplia, normalmente para bien. Y aunque cada vez soporto menos el viaje turístico, me siento bien en los aeropuertos y estaciones cuando en el destino aguarda algún objetivo, algún quehacer concreto. Mezclarse con los lugareños ofrece la perspectiva no ya del viajero sino del nuevo vecino, casi me atrevo a decir que del recién nacido.

Así, mientras en las Españas que padecemos el affaire Garzón y las cenizas islandesas ocultan Gürtels, espionajes, política de la descalificación y un parlamentarismo cuanto menos paupérrimo, en otras latitudes ni han oído hablar de Fraga y sus intentos de apropiación, a base de palos y disparos de las fuerzas del orden, de las calles; ni les importan los cierres 'preventivos' de medios de comunicación por el simple hecho de no comulgar con las ruedas de molino de la mayoría oficialista; ni saben ni quieren saber de esa señora condesa consorte que comparte apellido con un ilustre y nada convencional poeta y parece empeñada en desmantelar el poco Estado del Bienestar conseguido, y aún a veces zancadillea a sus propios compañeros de ¿ideología?/partido político en una suerte de malabarismo cuasi sadomasoquista que lleva a preguntarse por su equilibrio mental.

En ocasiones, y se me viene a la memoria un no tan reciente viaje a la cordillera andina, esta lejanía de la península donde habitualmente siento mis bases ayuda a recuperar fuerzas y esperanzas. Tiene uno la ocasión de compartir experiencia y acción con gentes que le enseñan nuevas realidades y nuevas formas de cambiarlas a mejor. Gentes llenas de ánimos, con ideas que se abren paso en la dificultad y que consiguen transformar el estado de las cosas. Y en otras ocasiones, como esta en que me encuentro en Rusia, las esperanzas se le caen a uno, y comparte entonces aquello que le decía Antonio Gramsci a su amada Yulca: “El mundo es un lugar grande y terrible”. Viene esto al caso porque aquí en las Rusias he encontrado un país entregado al consumismo más cutre, una sociedad absolutamente desentendida de sus pasados, presentes y futuros, totalmente despolitizada (es decir, entregada al poder) y con dos, me parece, problemas de dimensión absolutamente global y para nada doméstica: el militarismo intervencionista y el estado policial por un lado, y un problema de salud en forma de contaminación y plena ausencia de conciencia sobre sus, ya patentes, peligros. Seguro que hay gentes luchadoras y maravillosas que sí se preocupan y actúan. Yo trabajo en una universidad 'de provincias' y no las he encontrado. Y mis esperanzas se resienten.



(Pablo Terradillos, para ecijaldia)

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