jueves, 25 de junio de 2009

Religión es politíca, ateísmo es política

Habitamos en una situación histórica y económica determinada por el neoliberalismo y por el poder abstracto del capital. Esto ha dado lugar a formas de autoritarismo menos evidentes que en épocas anteriores. Aliado con este nuevo imperio está el neocristianismo, con sus diversas ramas, ficticiamente enfrentado a un creciente fenómeno de islamización en los centros urbanos de Europa y en las sociedades periféricas de Asia y África. Ambos fenómenos ideológicos se basan en la irracionalidad y en la tradición, se retroalimentan mutuamente y mantienen a la humanidad en un ilusorio pulso de "civilizaciones".

La influencia moral que ejercen tiene claras consecuencias sobre la vida de la población, porque finalmente operan en el campo de la actividad política, entendida no como el conjunto de mecanismos y relaciones que favorecen la convivencia entre individuos libres, sino, por el contrario, en tanto que instrumento de control, de sedación y de adoctrinamiento. El complejo religioso, tal como se presenta en sus diversas variantes, requiere para su subsistencia de un modelo social jerárquico, y apela a la "libertad de culto" (o a la hegemonía ideológica) para imponer sus doctrinas y mantener sus privilegios.

Al anclarse en mitologemas, pueden prescindir de mayores explicaciones y seguir interfiriendo en el discurso político, oponiéndose a la racionalidad crítica que debería aplicarse en dicho contexto. Una racionalidad que, por otra parte, sólo puede provenir de una posición vital ajena por completo a cualquier fideísmo.

De manera que, en referencia a nuestro mundo y a nuestra cultura, la exigencia de una moral autónoma es el punto de partida necesario para una transformación radical de las relaciones sociales y para crear un espacio público de libertades reales, superando así el dominio de las ideologías religiosas o mercantiles, que reducen al ser humano a la categoría de siervo productor, de enajenado soporte de la mercancía y de objetivo pasivo de la manipulación y de la propaganda.

Es éste el mejor momento, pensamos, para que el ateísmo abandone un espacio acrítico de "pura opción filosófica" para convertirse en un potente factor de transformación social. El ateísmo contemporáneo implica la "descristianización" y la "desislamización" de las sociedades, el demoler mediante una crítica subversiva, punto por punto, toda esa red de mitologemas que justifican el poder verticalizado, la desigualdad de géneros, la explotación económica o la reducción de la cultura a una simple pieza del intercambio mercantil.

La jerarquía y la autoridad se basan en la aplicación terrenal de modelos celestiales. La religión es así el último bastión de cualquier ideología de la rapiña. Ser ateo, pues, implica un compromiso, una cierta clase de “insurrección existencial”, que detecte y neutralice, en la medida de lo posible, las ramificaciones y las consecuencias de la relación Señor-esclavo. El imaginario religioso no tiene otro objeto que la adecuación de los grupos humanos a un sistema de esclavitud libremente aceptado.

La religión es política. Tan simple ecuación permite establecer el principio de que la lucha contra la religión también debería ser materia política. Y de que se abordaría tanto desde presupuestos teóricos como desde una multitud de plataformas de activismo práctico, en forma de pequeñas organizaciones dotadas de coherencia interior y con estrategias claras, que incidan en reivindicaciones, acciones y gestos capaces de romper la gramática cultural que sustenta a la religión y a sus derivaciones. La ironía, la burla o la sátira constituyen una excelente herramienta, dado que ponen al descubierto el carácter superfluo y parasitario del clero, dejando en evidencia la inanidad de su discurso ultraconservador.

La religión es engaño masivo, ficción mitológica inspiradora de servidumbres voluntarias. El clero de todo pelaje aspira a la restauración de un nuevo tipo de feudalismo ideológico, dominado por la censura y por el miedo. Se da así la paradoja de una sociedad-mercado caracterizada por la uniformización del consumo y de sus redes de distribución, ligada a una atmósfera de revival religioso, en la que cabe cualquier variedad de pensamiento mágico.

Plantear una exigencia de racionalidad atea en un contexto dominado por la restauración idealista puede parecer una tarea abocada al fracaso. No cabe otra opción, sin embargo, que la de alertar acerca de la fase histórica en la que nos encontramos, denunciando el presente proceso oscurantista y examinando cómo las corporaciones religiosas, en su empeño por conservar el control social, buscan y se aseguran una íntima conexión con el poder político y económico.

¿Damos quizá demasiada importancia al papel de las religiones y de sus corporaciones? Es una crítica que se nos dirige con cierta frecuencia. Pudiera pensarse que el proceso normal de la actual civilización de masas desembocará en un predominio de la ética y del pensamiento crítico, que los fantasmas de lo irracional irán perdiendo terreno ante los descubrimientos científicos y que la lucha por los derechos y libertades finalizará con éxito algún día. Pero quien así piense ignorará los fundamentos tanto de la religión como de la megamáquina social que es su producto. Fundamentos que adquieren singularidad a partir de la psicología de masas y de los medios y mecanismos de transmisión cultural.

El ateísmo contemporáneo no puede, entonces, limitarse a una introspección intelectual, ni aspirar a igualarse en derechos con los creyentes, ni obcecarse tampoco en una especie de laicismo republicano que, en ocasiones, aspire a suplantar el papel social de lo religioso, transformándose él mismo en religión civil. Entendido correctamente, el ateísmo no ha de reducirse a la formulación de argumentos ateológicos. Su propio carácter ético induce a adoptar una posición crítica no sólo ante la religión o las filosofías del espíritu, sino también, y principalmente, ante las elaboraciones jurídicas, institucionales y somáticas que predominan en las sociedades contemporáneas y que constituyen un reflejo de aquellas.

Nos referimos, especialmente, a la Familia, el Estado y la Propiedad. Tres construcciones metafísicas. Tres ideologemas en cuyo núcleo respira el espiritualismo y el dogma.
El patriarcado, la interiorización somática de los prejuicios sexuales, el vasallaje ante diversos grupos de presión, el ejército, el sistema penal carcelario, la industria, la penalización de las drogas o la organización del trabajo asalariado conforman otras tantas figuras del orden burgués que, desde un planteamiento radicalmente ateo, deben ser objeto de crítica y denuncia, precisamente en tanto que manifiestan características intrínsecamente ligadas a una interpretación metafísica del mundo.

Ésta es, suponemos, la razón de estas Jornadas sobre librepensamiento. Denuncia y constatación. Pero también búsqueda de remedios y alternativas, de autonomía, de herramientas de lucha. El proyecto FIdA pretende ser un escenario de ideas, pero ante todo un mecanismo de ataque. De ataque a los fundamentalismos, pero también de ataque a quienes por debilidad o interés permiten su avance.

La solución pasa por un desmontaje teórico y por un “contrato” con lo real. Nuestra propuesta de acabar con los monoteísmos, de rechazar con igual pasión la Biblia, la Torah y el Corán -libros únicos que no toleran a otros libros-, es la propuesta de un ateísmo post-cristiano, contra los integrismos y a favor de las luces de la razón y de los saberes de la filosofía más inmanente. Es hora de dar la espalda a las ficciones y a las fábulas. Es hora de plantar cara al odio contra la inteligencia, las mujeres, los cuerpos, los deseos, la vida.

Volver a la carne. A la libertad de los cuerpos, a la salud racionalista, al hedonismo revolucionario, a la inmanencia como ejercicio político. Este es el programa: la autonomía del individuo y la igualdad social. Sin dioses. Sin amos.



Paco Miñarro, coordinador de la Federación Internacional de Ateos (FIdA), en las II Jornadas sobre Librepensamiento de la Federacióon Anarquista Ibérica (FAI)

(más aquí y aquí)

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